From time to time, I have the privilege of sharing a brief meditation at my church (Grace Episcopal Church, right across from the State Capitol in Madison, Wisconsin). In Spanish. I don't usually post these things on the blog, but hey. Why not? A few of our readers will be able to understand it.
El Adviento es mi favorita estación del año litúrgico, porque creo que la esperanza, el anhelo es un parte muy importante de la vida cristiana. También es parte de la condición humana. El anhelo es nuestro compañero cada día. Y a veces es un compañero incómodo, ruidoso, un poco salvaje. Como María esperando el nacimiento de su hijo Jesús, esperamos la llegada de Dios en nuestro mundo, en nuestra nación, en nuestra comunidad, en nuestro trabajo, en nuestra familia.
Esperamos la intervención de Dios en nuestros problemas y nuestras relaciones. A causa de este anhelo, entendemos el milagro de la venida de Dios. El mundo también tiene ese anhelo, aunque muchas personas no lo entienden. Cada día, en cada parte del mundo, cristianos esperan el reino de Dios. Como oramos: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.”
Como la Virgen María, esperamos con gozo y confianza un nacimiento maravilloso: de la justicia, de la paz, de la unidad, de la compasión, de la igualdad, del entendimiento, del amor profundo y abundante entre todos los pueblos del mundo, en otras palabras, el nacimiento del reino de Dios en la tierra. Y esta esperanza crece in nuestros corazones, como un niño precioso, poco a poco creciendo en la fuerza. Tenemos que alimentarla y cuidarla y mantenerla calentita como una madre cariñosa. El desánimo siempre la busca como un lobo feroz. También el miedo. Y el odio. Y la falta del perdón. El hambriento y la desesperación. Esas enfermedades del mundo pueden devorar nuestra esperanza. Pero podemos protegerla en oración, en la comunidad de la iglesia, en leer las escrituras, y en la alabanza entusiasmada.
Si la justicia y la compasión y la paz sean fáciles, no las valoremos, no entendamos que preciosas son. No entendamos la grandeza del regalo de Dios. El anhelo nos forma. Y no estamos solos en ese anhelo. Lo compartimos con la Santísima Virgen María y Juan El Bautista. Cuando ella dice que Dios “puso en alto a los humildes [y] llenó de bienes a los hambrientos,” ella no habla del mundo presente. Porque todavía hay los pobres, los hambrientos, y los desamparados en nuestra comunidad. Pero María confirma que Dios ya ha hecho, ya ha vencido. Y nosotros, juntos con María y todos los santos, podemos vivir en la victoria de Dios.
Es un gran privilegio, un gozo participar en la lucha para las cosas que Dios valora más. Juntos con los discípulos de Cristo en todas las edades y épocas y en todo el mundo, y con nuestros hermanas y hermanos aquí en la iglesia. Tenemos la honra de compartir con Cristo en una lucha de más importancia. Esta lucha nos forma, como el anhelo nos forma. Siempre tenemos que recordar que servimos a Uno que ya ha vencido. Él ha compartido no solamente su victoria, mas que su lucha con nosotros. Porque en la lucha, podemos entender el significado, la importancia de la victoria.
El anhelo, la lucha, y la victoria nos forman en la imagen de Dios. Este es nuestra esperanza, que vamos a ver, cara a cara, Jesús en su trono, Jesús, nuestro rey, Jesús en su victoria. Este es nuestro anhelo: que vamos a ver la justicia y la paz de Dios, el reino de Dios en toda su gloria. En su primera carta a los Corintios (capitula 13, versículo 12), San Pablo escribió: “Ahora vemos de manera indirecta, como en un espejo, y borrosamente; pero un día veremos cara a cara. Mi conocimiento es ahora imperfecto, pero un día conoceré a Dios como él me ha conocido siempre a mí.” Este es nuestro gran anhelo, y la esperanza de María y Juan El Bautista, y todos los santos: Dios con nosotros, Emmanuel.
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